Desde hace algún tiempo vengo pensando cuál es mi propósito.
Siempre consideré que es feo andar por la vida sin un rumbo, sin una meta, sin
un deseo. Siempre tuve varias ideas de lo que anhelaba hacer en un futuro. Una de
mis primeras metas era trabajar para poder solventar mis gastos, mis gustos. Y eso
hice. A mi mamá siempre le gusto cocinar y a mi andar en la calle, charlar con
las personas, vender. Y así fue que hicimos un gran equipo, hasta expandir las
ventas de tortas materas en los negocios del pueblo. Siempre supe que, si quería algo, debía ayudar
y hacer mi aporte, por más pequeño que fuera. Mi siguiente objetivo, al
terminar la secundaria fue el de estudiar. Siempre quise estudiar. Siempre
sentí que era lo que mi papá hubiera querido para él. Jamás me impuso lo que
debía hacer. Siempre me destacó lo feliz que fue con mi nacimiento a sus 17
años, pero siempre comprendí, que él hubiera hecho algo más. Me lo demostró a
sus 28 años cuando empezó el profesorado de matemáticas en Bell Ville, yo tenía
once años. Siempre me acuerdo que hacíamos gimnasia en la plaza, frente a la
escuela y él pasaba a tomar el colectivo, me daba un beso y me sentía feliz por
él, por mí, por nuestra familia. Siempre hay altos y bajos, y todos le
reprochan porque no se recibió. Él no iba a dar clases, él quería estudiar,
aprender y siempre que obtiene conocimientos lo aplica en su vida diaria, en su
trabajo, en su familia. Mi papa viajaba todos los días y muchas veces a la
vuelta hacia dedo para volver a casa, y nosotros lo esperábamos para darle un
abrazo. No recuerdo haberlo visto volver enojado. Siempre con esa sonrisa de
oreja a oreja (que sonrisa, no?).
Además, siempre compartía en la mesa como le había ido en la
clase, que había aprendido, como era la profesora, los compañeros, con quienes
de a poco iba haciendo amistad. Esas cosas estoy segura que me motivaron a querer
estudiar. Muchas veces pensé que nos definía un título. Pero lo que nos define
es nuestra perseverancia, nuestra manera de afrontar las cosas. Y eso lo
aprendí de mi abuelo.
Siempre contó con su propio ingenio para resolver las cosas.
Desde muy chico se crio al lado de su abuela, y a los siete años comenzó a trabajar.
Tintorería, fábrica de jabón, hasta su profesión que siempre lo destacó:
plomero, albañil, constructor, inventor. Son de esas personas que contando sus
historias te transmite la miseria por la que debieron pasar, pero que a pesar
de todo salió adelante, construyó a su familia y ayudó a tantos como pudo. Hoy con
sus 83 años me demuestra todo lo que sembró a lo largo de estas décadas: amor,
entusiasmo, dedicación… es un poco porfiado el viejo, las cosas se hacen como él
dice o no se hacen. Pero siempre impone su modo de hacer las cosas. Perseverante
como ninguno. Creo que si alguien sabe de progresos y metas cumplidas: mi
abuelo. Persona que con su mirada transmite tanta paz. Y que siempre con sus
historias te deja alguna enseñanza.
Hay otras personas que admiro. Que descubrieron que hacer,
porque la vida las sorprendió de golpe. Y salieron adelante. Mi abuela, que,
siendo joven y con tres hijos pequeños, quedó viuda. Siempre trabajo muchísimo para
obtener lo que quería y mantener a su familia. Mi tia, quien, siendo madre
soltera, trabaja en tantos lados como puede para mantener su casa, su hija, sus
necesidades… pero al fin y al cabo olvidamos vivir… sin dudas, ellas son un
ejemplo de que uno puede conseguir lo que quiere, si lo desea y si se enfoca
para conseguirlo.
Pero a veces no resulta fácil. Yo me vine a vivir a Villa
María. Más de una vez me pregunté cómo terminé acá. Porque yo no quería irme de
mi pueblo. Si siempre fui muy independiente, y eso sin dudas me lo enseñó mi
mamá. Quizás por ser joven, ella no tenía
inconveniente en que me quedara con mis abuelos, porque se iba a trabajar a la
par de mi papá. Y siempre me dejaban en donde me brindaban mucho. Siempre sentí
que tuve muchas mamás: mi abuela Clider, que viví con ella y mi abuelo hasta
mis tres años, mi abuela Ofelia, mi bisabuela Delmira… personas que admiro, y
que amo profundamente.
Sin dudas todas nuestras experiencias, desde la niñez,
ayudan a formar nuestro propio camino. Y un nuevo aprendizaje se presentó ante
mí: vivir sola, cocinar (que nunca lo había hecho, pero internet y mi mamá al teléfono
siempre fueron una buena guía). Desde el momento en que use un pie en esta
ciudad fue para no irme más. Nunca me costó estar lejos de los afectos, porque
sentía y siento que este es mi lugar. Amo caminar estas calles, a veces
atestada de gente (estoy segura que conozco más los barrios que sus habitantes
nativos), y observar a las personas que transitan a mi lado y que ni si quiera
conozco.
Vine con unos pocos amigos, con lo que ya no comparto nada. El
terciario me brindó nuevas amistades. Y de a poco fui conformando mi lugar. Estudie
y trabaje en pequeñas cosas, hasta que me recibí en 2013. A partir de allí mi
nuevo desafío la licenciatura, la tecnicatura en relaciones públicas y
conseguir un trabajo.
El terciario me había permitido conocer un centro de salud
dedicado a adultos mayores, a la estimulación cognitiva. Tiay, centro de
estimulación cognitiva, a cargo de la Dra. Lilian Rodríguez. Allí conoce nuevas
personas, con las que hoy de vez en cuando frecuento charlas. De allí el centro
fue adquirido por el Dr. Sergio Vesco, y ahí empecé yo. En Fupron, en la
comunicación institucional. Conocí muchas personas, cometí varios errores y
aprendí a salir adelante. He llorado muchas veces, porque a veces siento que
aún no estoy en el lugar correcto. No
puedo terminar la licenciatura, necesito dedicarle tiempo, y hoy el tiempo se
lo lleva el trabajo, y mi bebé. Siento que es mi gran frustración. Pero aquellos
que transitamos la licenciatura en ciencias de la comunicación y provenimos del
queridísimo Inescer, nos cuesta cursar, por los horarios, u otros ya ubicados
en sus trabajos, es difícil congeniar trabajo y estudio. Se puede. Muchos lo
demuestran a diario. No hay excusas para crecer cuando uno se lo propone. Quizás
es mi objetivo, pero no es lo que más anhelo. Me voy a recibir, no lo voy a
dejar a medias, pero aún no es mi plan ni mi prioridad. A veces me produce
frustración porque siento que lo estoy dejando pendiente. Tanto de la
licenciatura como la tecnicatura en relaciones públicas estoy a tres materias
de recibirme. Estoy segura que en 2018 seré relacionista pública.
Pero, ¿Qué quiero para mí 2018? No estoy segura. Las metas
se mezclan y no encuentro mi enfoque. Mi principal objetivo es ver sonreír a mi
bebé cada mañana cuando me levanto, y congeniar el trabajo, promediando los
tiempos necesarios para cada cosa.
Necesito un nuevo comienzo. Pero creo que eso será motivo de otra entrada.